Se dice que la tercera decisión más importante de nuestras vidas es la de elegir qué carrera estudiaremos en la universidad.
Recuerdo que yo tenía apenas 16 años cuando tuve que tomar esta crucial decisión. En ese entonces, no tenía una relación genuina con Dios, por lo que tampoco podía tener una perspectiva eterna de la vida; ni mucho menos pensaba en vivir con el propósito de agradar a Dios. Así que, como comúnmente suele suceder, elegí seguir el ejemplo que veía en casa, con mi padre, y decidí estudiar una carrera del área de la salud: odontología.
En verdad, no sabía si era lo que me apasionaba, sólo llamaba un poco mi atención. Sin embargo, inicié esta carrera con una única idea: «tengo que estudiar para poder vivir de algo y sobrevivir en este mundo».
Cuando cumplí 21 años, la gracia de Dios me alcanzó y me encontró. Por lo que, mientras cursaba el cuarto año de la carrera, me arrepentí del estilo de vida que llevaba, alejada de Dios, y Él empezó a obrar en mi corazón, produciendo en mí el deseo de abandonar esa vida sin sentido y de anhelar una vida con propósito. Ahora comprendo que, cuando el Espíritu Santo comienza a morar en nosotras, la eternidad que Dios ha depositado en nuestros corazones empieza a cambiar nuestra forma de ver la vida (Ec 3:11). Aún no tenía ni idea de cómo podía vivir para la gloria de Dios siendo odontóloga, pero, así como nos dice Dios en Su Palabra, todos los que hemos creído en Su nombre «[…] somos hechura Suya, creados en Cristo Jesús para hacer buenas obras, las cuales Dios preparó de antemano para que anduviéramos en ellas» (Ef 2:10). Él, en Su soberanía, ya tenía todo planeado.
Tal vez te estés preguntando por qué te cuento sobre mi recorrido universitario en este blog. La respuesta es que la mayordomía es algo que apenas empiezo a comprender y del cual me falta mucho por aprender. Pero Dios, en Su gran cuidado, paciencia y amor, me ha permitido entender algo que considero que es fundamental y que es la base de la mayordomía, y es que yo soy Su sierva, y Él es mi Señor.
Reconocer que somos mayordomas de nuestro Amo y Señor Jesús, que todo lo que nos ha sido encomendado aquí en la tierra le pertenece a Él y que algún día nos pedirá cuenta de todo ello, es lo que puede despertar en nuestro ser interior una nueva perspectiva de la vida. Me refiero a la perspectiva eterna, que es justamente la que Dios nos llama a tener mientras caminamos por este mundo y llegamos a nuestro verdadero hogar (Col 3:2).
No creas que cuando le entregué mi vida al Señor inmediatamente empecé a vivir enfocada en la eternidad, porque no fue así. Ha sido todo un proceso en el que la continua gracia de Dios ha ido atrayendo más mi corazón hacia Él y las cosas eternas; y menos a la comodidad y conformidad con este mundo terrenal. Es todo pura obra de la gracia de Dios y del Espíritu Santo en mi ser.
Así fue como, hace poco más de un año, sucedió algo que jamás voy a olvidar. El Señor guió mis pasos para conocer de qué manera podía utilizar mi carrera profesional para Su gloria cuando asistí a una «Brigada odontológica-evangelística» en un pueblo, cerca de mi ciudad. En ese momento, el Señor había puesto en mí el anhelo de vivir para Él y me encontraba en esa búsqueda de oportunidades para poder hacerlo. No sé aún cómo explicarlo, pero el Espíritu Santo me convenció de pecado, de justicia y de juicio (Jn 16:8) y comprendí que yo no estaba en este mundo para vivir para mí misma, sino que fui creada por y para Dios. Hoy miro hacia atrás, recuerdo esta brigada, y veo cómo el Señor transforma nuestros corazones para quedar genuinamente rendidos a Sus pies y vivir para Su gloria. ¿Qué fue lo que sucedió en esta brigada? En medio de un evento ordinario, con personas ordinarias, pude apreciar claramente la maravillosa gracia de Dios. Era evidente que estas personas tenían a un Dios extraordinario que se reflejaba en su carácter y en la manera que servían a los más vulnerables.
No sé si me doy a entender con claridad, pero lo que trato de explicarte es que, a pesar de haber asistido antes a muchas brigadas médico-odontológicas y evangelísticas, en esta oportunidad mi corazón ya no era el mismo. El Señor ya había hecho la obra milagrosa de transformación en mí, al cambiar mi duro corazón de piedra por uno de carne sensible a Su voz y a Su presencia (Ez 11:19).
Hace un par de meses pude comprender lo que experimenté ese día al escuchar, en mi iglesia local, a una misionera. Ella relató que Su encuentro con el Señor sucedió en un botadero de basura donde pudo ver a Dios reflejado en los niños pobres que vivían en ese lugar. Pude entender a lo que ella se refería ¡y confirmé que lo que experimenté ese día también fue un encuentro con el Dios vivo y verdadero! Ahora puedo comprender cuando la Biblia dice que Dios ha escogido a los pobres de este mundo para ser ricos en fe y herederos de Su Reino (Stg 2:5). Realmente, salí de esa brigada con mi mente totalmente renovada en cuanto al propósito que podía cumplir con mi carrera como hija de Dios.
En el momento no lo entendí exactamente de esta forma, pero sí sabía, y estaba convencida, de que ahora no deseaba utilizar mi carrera para servirme a mí misma. Espero que no me malentiendas, no hay nada de malo en tener el deseo que siempre había tenido en mi corazón de ser una exitosa odontóloga y emprender mi propia clínica especializada. ¡Creo que también podemos dar gloria a Dios de esa manera! Simplemente, ese día comprendí que el camino de Dios para mi vida profesional era otro. Cuando pude ver a Jesús a través de estas personas que estaban rendidas a la voluntad de Dios para sus vidas, supe que yo anhelaba vivir también de esa manera. Ellos fueron realmente un ejemplo en vivo y en directo de lo que la Palabra de Dios dice de cómo debe ser nuestra manera de vivir si decimos ser seguidoras de Jesús. Hermana, aunque suene muy repetitivo, ese camino es el camino de la Cruz: morir a nosotras mismas para empezar a vivir para Jesús (Mt 16:24).
Esta es la manera en que ahora entiendo el principio básico de la mayordomía, y el apóstol Pablo supo expresarlo a la perfección en 2 Corintios 5:15: «Y por todos murió, para que los que viven, ya no vivan para sí, sino para Aquel que murió y resucitó por ellos».
Siendo totalmente sincera, me falta mucho por aprender para ser una buena mayordoma de lo que Cristo me ha encomendado. Pero puedo decirte que Dios ha sido fiel en ir mostrándome el camino por el cual quiere llevarme para glorificarle con el don de la carrera profesional que Él ha puesto en mis manos.
Actualmente, a un año de finalizar, estoy realizando mi práctica profesional en un lugar que tiene esta misma visión que Dios implantó en mi corazón desde aquel día de la brigada. No estoy realmente segura hacia dónde desea llevarme Dios para cumplir con Su voluntad para mi vida, pero estoy increíblemente agradecida porque tengo la seguridad de que Él seguirá mostrándome el camino.
Su gracia y misericordia me han hecho comprender que, aparte de mi identidad como hija de Dios, también soy Su sierva, pues es Él quien se ha encargado de revelar a mi corazón la maravillosa verdad de que Él es mi Padre, mi Dios y Señor. Él es quién me dice y me muestra cómo debo vivir mi vida.
Querida amiga, si tú tampoco te consideras una buena mayordoma aún, recuerda que puedes comenzar desde el mejor lugar, y el más importante de todos: la Cruz de Cristo. Dios nos ha sido revelado en Cristo Jesús para que ahora podamos acercarnos confiadamente al trono de la gracia y ser renovadas y transformadas, porque una buena mayordomía parte de un entendimiento correcto de quién es Dios y de quién eres tú. Si eres Su hija, eres sierva y, por lo tanto, vives para un propósito mayor del que tus ojos tal vez puedan ver y percibir hoy. Pero, sin lugar a duda, ¡Él desea revelártelo! ¡Yo soy testigo de ello!
«Yo les daré un solo corazón y pondré un espíritu nuevo dentro de ellos. Y quitaré de su carne el corazón de piedra y les daré un corazón de carne, para que anden en Mis estatutos, guarden Mis ordenanzas y los cumplan. Entonces serán Mi pueblo y Yo seré su Dios» (Ez 11:19-20).
«Porque de Él, por Él y para Él son todas las cosas. A Él sea la gloria para siempre. Amén» (Ro 11:36).
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Diseños: Melissa Mariño
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