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Foto del escritorCarlimar Arias

Una fábrica que nunca deja de producir


«¿O no saben que los injustos no heredarán el reino de Dios? No se dejen engañar: ni los inmorales, ni los idólatras, ni los adúlteros, ni los afeminados, ni los homosexuales, ni los ladrones, ni los avaros, ni los borrachos, ni los difamadores, ni los estafadores heredarán el reino de Dios» (1 Co 6:9-10).


Posiblemente, al leer este versículo pienses: «¡esta lista, sin duda alguna, no me identifica!» o, también puedes pensar: «¡he luchado con algunas de estas prácticas pecaminosas, pero la idolatría no es una de ellas!». Quizás, en tu casa no hay estatuas de acera o becerros de oro y la decoración interior de tu hogar es minimalista y contraria a la ornamentación de un templo católico-romano, por lo que, con toda seguridad, afirmas: «¡No, no soy una idólatra!». Pero, si pensamos a la luz de la Escritura: ¿qué es la idolatría?; ¿cuál es su relación con las demandas de Dios para con Su pueblo?; ¿acaso es algo tan grave como para estar incluido en esa lista de pecados «groseros»?; ¿cuál es la relación entre la idolatría y el corazón del hombre?


¿Qué es la idolatría?


J.C. Ryle define a la idolatría como «aquella adoración en que el honor debido al Trino Dios y a Él, únicamente, es dado a algunas de sus criaturas o a alguna invención de sus criaturas»


En las Escrituras, encontramos varias referencias bíblicas que nos muestran las características y las consecuencias de este pecado. Una de las más evidentes se encuentra en Éxodo 32, donde se nos dice que Aarón convocó al pueblo a unirse a una adoración no ordenada por Dios, dándole forma de un becerro de oro. 


Pero, antes de la era mosaica, también hay registro bíblico de idolatría. En Génesis 19, en el conocido pasaje de la destrucción de Sodoma y Gomorra, los ángeles de Dios le advirtieron a Lot lo que estaba a punto de ocurrir. Lo pusieron fuera de la ciudad y le dijeron: «[…] Escapa por tu vida; no mires tras ti, ni pares en toda esta llanura; […]» (Gn 19:17b). Sin embargo, la mujer de Lot no obedeció, sino que miró hacia  atrás y fue alcanzada por la destrucción (Gn 19:26). Quizás te preguntes, ¿qué tiene que ver esto con la idolatría? La mujer de Lot desobedeció la orden de no mirar atrás al poner su mirada y centrar su adoración en Sodoma, donde su corazón residía.  En Lucas 17:32, Cristo, trayendo a la memoria este acontecimiento, advierte a los fariseos acerca de no amar al mundo y sus placeres porque «Todo el que procure preservar su vida, la perderá [...]» (Lc 17:33) . 


Otro ejemplo es Raquel, quien hurtó los ídolos de su padre (Gn 31:19), posiblemente creyendo que de allí vendría su protección. Previamente, en Génesis 29-30, encontramos el desarrollo de una amarga rivalidad entre las mujeres de Jacob: Lea, la esposa menospreciada y fértil; y Raquel, la esposa amada y estéril. Esta última sintió envidia de su hermana al punto de decir a su esposo: «[…] “Dame hijos, o si no, me muero”» (Gn 30:1). Para Raquel, su vida tendría sentido al tener un hijo porque allí se centraba la fuente de su felicidad. Su deseo de ser madre se había convertido en el ídolo de su corazón.


Entonces, ya sea que experimentemos una forma de adoración no ordenada por Dios, desobediencia a Su Palabra o felicidad proporcionada por las criaturas o la creación, en lugar del Creador, todo esto constituye idolatría. Pero, ¿dónde surgen todas estas cosas?


Motivaciones del corazón 


Cuando la Biblia habla de las motivaciones del hombre, nos lleva a tener en cuenta al corazón, el cual dice que es engañoso (Jer 17:9), pues, a raíz de la corrupción natural del hombre, sus motivos son egoístas, malvados y manchados de pecado. Por esto es que podemos decir que la fuente de estas motivaciones es el corazón. 


La palabra «corazón» viene del griego «cardia» y se refiere al corazón como el centro de la voluntad, mente y emociones humanas. Entonces, como dijimos antes, si la fuente de toda motivación humana está en el corazón, allí es donde está el problema, y allí es donde inicia la idolatría. Porque, aunque a veces tenemos buenos deseos, estos no provienen de nosotros sino de Dios.


La voluntad, mente y emociones del hombre caído es cautivada por completo por el pecado. Su religión y adoración estará centrada en sí mismo, en otro ser humano, o en lo creado. El hombre es cautivo de todo tipo de dioses falsos. J.C. Ryle dice lo siguiente: «La causa de la idolatría es la corrupción natural del corazón del hombre […] La adoración del hombre en cualquier rincón oscuro de la tierra puede elevarse no más alto que su temor incierto de un espíritu maligno y el deseo de aplacarlo. Lo cierto es que, de una u otra manera, el hombre tendrá algún tipo de adoración».


Ningún esfuerzo humano puede cambiar los motivos de un corazón no regenerado, cautivo del pecado y prisionero de la idolatría. ¡Necesitamos con urgencia un nuevo corazón!


«Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón»


En la ley moral dada a Israel, podemos ver claramente el carácter santo de Dios y el primer mandato registrado en el decálogo dado a Su pueblo: «No tendrás otros dioses delante de Mí» (Éx 20:3). Cristo, resumió toda la ley en dos mandamientos: «Y amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu mente, y con toda tu fuerza”. El segundo es éste: “Amarás a tu prójimo como a ti mismo”. No hay otro mandamiento mayor que éstos» (Mr 12:30-31).


El Señor ha capacitado a Su pueblo para poder obedecer este mandato a través del nuevo corazón que Él ha prometido darle: «Yo les daré un solo corazón y pondré un espíritu nuevo dentro de ellos. Y quitaré de su carne el corazón de piedra y les daré un corazón de carne, para que anden en Mis estatutos, guarden Mis ordenanzas y los cumplan. Entonces serán Mi pueblo y Yo seré su Dios» (Ez 11:19:20). Un corazón en donde Él, soberanamente, transformaría a las personas y quitaría su obstinada esclavitud a la idolatría, haciéndonos, en Cristo, parte de Su pueblo (Sal 100:3).


Sólo de esta manera, con Su ley escrita en nuestros nuevos corazones (Jer 31:33), es que podemos amarlo, adorarlo como Él lo ha establecido y obedecerle, disfrutando de Él como la fuente de nuestra felicidad. Sin embargo, en la vida del creyente, hay momentos en que diversos amos impíos ocupan posición de autoridad en nuestro corazón; momentos en donde nuestra motivación está centrada en servir a dioses funcionales que compiten con nuestra profesión de servir y amar al único y verdadero Dios.


Una fábrica que nunca deja de producir


Para concluir, podemos decir que vivimos en una era consumista e idólatra que no descansa, en donde hay tiendas trabajando por largas y continuas jornadas, y empresas produciendo cada minuto del día. De igual manera, en nuestro interior, hay un mecanismo similar, tal como dijo Juan Calvino: «El corazón humano es una perpetua fábrica de ídolos», un taller que nunca deja de producir ídolos valorados y estimados más que Dios y que, poco a poco, puede estar trazando fuertes lazos que obstruyen y debilitan el corazón, comprometiendo y distrayendo severamente la fe. Por ello, debemos estar atentas, examinándonos constantemente y pidiéndole a Dios que reoriente las motivaciones de nuestro corazón, por medio de la Palabra, para servir y glorificar Su nombre. 


Disciplínate en la piedad. Preocúpate por cómo vives ante Dios. Cultiva motivos piadosos. Responde a este cuestionamiento: «¿Qué debes tener para que tu vida tenga sentido? ¿Qué necesitas para alcanzar la felicidad? Cuando respondes a estas preguntas con algo diferente a Dios, ¡acabas de descubrir un ídolo!»


Recuerda que el Señor te ha dado un nuevo corazón capacitado para obedecerle y para amarle sólo a Él. A medida que contemples a Cristo y Su hermosura, el encanto de los ídolos de este mundo será más aborrecido  para tu alma. 


No olvides que estamos siendo transformados por Su Espíritu a la imagen de Cristo (2 Co 3:18) y el día llegará, en que seamos renovados completamente para no luchar con los ídolos jamás (Ro 8:17b; Ap 21:4-7).






Diseños: Eunice Arcia


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